Las cosas por su nombre: «parqueprín» ya no es «Parque Principado»

Poco hay de tanto valor promocional para una marca como convertirse en nombre común y pasar a referirse no exclusivamente a un objeto de la marca en cuestión, sino a cualquier otro con características similares. Piensa, por ejemplo, en un pañuelo de papel o en un vermú: cuando alguna vez los pides, ¿no te refieres a ellos como un “clínes” (kleenex) o un martini? Supongo que podría ser una de las mayores aspiraciones publicitarias de cualquier marca.
Pero, pese a no haber alcanzado ese punto, una vez que el público tiene aceptado un nombre, intentar cambiarlo puede resultar todo un fracaso, por muchos esfuerzos que la compañía invierta en ello.
Hace unos días le cambiaron el nombre a Parque Principado. Cuestión de marketing, parece ser, pues la compañía inglesa que lo ha adquirido quiere darle el nombre de su marca. ¿Funcionará?
Lo de cambiarle el nombre a un centro comercial no es algo nuevo. No hace demasiado, el Espacio Buenavista de Oviedo, ubicado en el barrio del mismo nombre, pasó a llamarse Modoo. Aunque, para ser realistas, una gran mayoría de oventenses lo llamaba entonces y lo llama ahora el Calatrava, por referencias obvias a su arquitecto. Quizá si desde un primer momento se le hubiera dado un nombre más simbólico, como Tartiere, en recuerdo del campo de fútbol que ocupaba anteriormente su emplazamiento, los oventenses/usuarios/clientes lo habríamos respetado. Pero en cuestión de denominación de espacios, para poner otro ejemplo, cuál más significativo que el de ese supermercado francés a las afueras de Lugones que, después de no sé cuántos años, muchos de nosotros seguimos llamando Pryca.
No soy yo quién para saber si funcionará o no el nuevo nombre de Parque Principado. Lo habrán de introducir poco a poco (su página web, por ejemplo, mantiene aún el dominio antiguo, aunque en las redes sociales sí aparece cambiado) y tener paciencia. No obstante, cualquier campaña de marketing, al final, está en manos de los usuarios, son ellos quienes decidirán si aceptan llamar de otra manera a “su parqueprín de toda la vida”. Lo que no me queda claro es si somos reacios al cambio o a los nombres sin sentido, aunque apuesto a que lo natural es llamar a las cosas por su nombre.
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