Libros que son casa
Ocio y cultura en Asturias
«Imaginemos que los libros no existen […].
Imaginemos lo que hubiera sido nuestro mundo sin los libros».
Jean-Marie Gustave Le Clézio (Premio Nobel de Literatura 2008)
Los libros son reflejo de la historia de una época, de una lengua, de un lugar. Guardianes del saber, transmisores de la cultura, garantes del conocimiento y del deleite. A veces sacrilegio. A veces peligro. Pero siempre poderosos, porque de algún modo u otro, los libros importantes logran sobrevivir: los libros arden, pero su memoria no se esfuma; los libros se prohíben, pero siempre hay santuarios que esquivan la censura, como la librería hongkonesa People’s Recreation Community.
Hay libros que enseñan, libros que alertan, libros que divierten. Y hay libros que, como el hogar, nos reconfortan y protegen. Libros cuyas lecturas se encadenan con momentos de nuestra existencia y representan la paz, la emoción, la aventura, la belleza, el descubrimiento o la catarsis. Libros a los que volvemos, libros que compartimos, libros sin los cuales nuestra vida no sería la misma.
Libros silenciosos de café y manta, refugio en la tormenta; libros bulliciosos de granizado de limón, oasis en el asfalto veraniego; libros como la seguridad de la familia, libros como carcajadas con amigos; libros de espacios compartidos, libros de celosa intimidad; libros de instantes irrepetibles, libros de costumbres y rutinas.
Hay libros que alimentan el alma y otros que, golosos, se disfrutan como un capricho. Libros que son descanso. Libros que son insomnio. Libros que se devoran como la pasión entre las sábanas. Libros que velan los sueños y custodian el tesoro de la infancia y la inocencia. Libros que son el sol y el viento fresco en la terraza.
Libros que son casa.
Cada cual tiene en su cabeza esos títulos que le hacen sentir en casa. Yo regreso a los míos cuando el tiempo o las circunstancias lo requieren, les sacudo el polvo, los abro por una página cualquiera, y empiezo a leer, por ejemplo: «Ahora el cielo es en aquella parte azul cerúleo muy claro, y el paisaje palpita en ese desvaimiento que la luz otorga a las cosas lejanas, privándolas de sus límites y su jactancia»*. O «En las viejas miradas la luna canta tangos»**. Entonces respiro hondo y siento la quietud y la plenitud de estar a salvo.
*Caso, Á. (1997). El mundo visto desde el cielo. Barcelona: Planeta
**González Ovies, A. (1993). Vengo del Norte. Madrid: Ediciones Rialp S.A.
Más #DiaDelLibro: Lo que los libros han hecho de nosotros: alegato a favor de los libros viejos
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